¡Qué gusto da a veces encontrarte con tu pasado! Estaba hoy esperando mi enésimo vuelo, cuando en mi tableta aparece un mensaje llegado desde la Galicia de verdad, la española, en el que una persona muy querida por mi contactaba conmigo después de tropecientos años.
Buenos recuerdos estudiantiles, con sus veladas en el Reconquista, con aquellas tardes en el Windsor de Caveda, y con los porrones de El Manantial. Fines de semana madrileños con ligues de última hora y estancias en San Bernardo frente al Museo del Jamón. Lástima que el de Corral de Almaguer no hubiera sido Carbonero. El afectado, serio él, con una esposa de buen vino gallego sabe de que hablo. Buenos tiempos y mejores recuerdos, ahora que algunos pierden el pelo y otros la cabeza. No se que será peor. ¿Qué será de "la máquina" que decía Juan, de la chica de Burgos, de Silvia? ¿Y de aquel extranjero que hablaba en spanglish en un restaurante de Harztembusch? Tiempos que no volverán, pero que se estancan en ese hueco cerebral para no irse jamás.
Los amigos de juventud siempre están ahí. Nunca se van. Si se van, es para reencontralos en el más allá. Este no es el caso.
Yo desarraigado, que vivo en la terminal aérea, estoy hoy alegre porque me ha llegado al alma un recuerdo del pasado. Me ha llegado un amigo, un buen amigo. Y eso es oro puro.
El gusto es mío. El gusto por saber que estás bien. El gusto es por poder volver a verte, Eduardo.
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