Tal como dice la canción de Melendi, “era el mapa de un tesoro, justo arriba había un mar, justo abajo había un león”, Asturias vive rodeada de contrastes, pero vive viendo al mar, y su mar y sus costas merecen ser visitadas.
Los más de 250 kilómetros de costa que van desde Bustio al oriente, hasta Castropol, Figueras y Vegadeo al occidente, son un continuo jalonar de bellezas por descubrir.
Playas mágicas y misteriosas, pronunciados acantilados, suaves rías, puntiagudos cabos, acogedoras calas, esteros frondosos y bellos parajes, todo ello en una concatenación sin fin, junto con pintorescos pueblos, grandes núcleos urbanos y hasta aeropuertos, componen los elementos de la costa asturiana.
Con objeto de facilitar al viajero su estancia, se dividirá el litoral en tres partes diferenciadas: oriente, la zona central y el occidente.
Oriente. De Bustio a Villaviciosa, pasando por Llanes y Ribadesella.
Muchos piensan que la costa oriental termina en Llanes. Craso error. Entre los llaniscos y la vecina Cantabria, se encuentran parajes tan singulares, como Colombres y La Franca. Algunos quedarán en el tintero, pero acostarse en una playa repleta de agua hasta la rivera, y amanecer sin una gota de líquido salino, es sorprendente. Las mareas hacen de las suyas, y los ojos de los niños que por primera vez ven ese fenómeno, se abren como platos.
37 playas tiene el concejo de Llanes. 37 paraísos que descubrir. Desde la nudista Torimbia hasta la urbana de El Sablón, por nombrar dos de características totalmente opuestas, la aventura de descubrir cada día una, hace que el tiempo se haga escaso, y se tenga que volver.
Ribadesella acoge en su seno al río salmonero más famoso de España, el Sella, lecho de aventureros que se atreven al descenso por sus aguas. Ya en la prehistoria, el hombre campó por estas tierras. Prueba de ellos son la cueva de Tito Bustillo, uno de los grandes santuarios del arte paleolítico europeo, en la que los caballos son reyes en la piedra.
De camino a la zona central, el concejo de Colunga, con la villa marinera de Lastres, sus salvajes playas, asombra más que el doctor Mateo. Aquí uno puede tumbarse en la arena, sin más compañía que el ruido de la brisa y algún que otro susurro lejano.
Famosa en el mundo entero, Villaviciosa es la patria de la sidra El Gaitero. Patria chica también de famosos gaiteros, la villa maliaya, fue donde desembarcó y paso 4 días Carlos I de España, luego de haber fondeado frente al pueblo de Tazones, pequeño puerto pesquero, recomendable para darse un festín de centollo y bugre del cantábrico. Aquellos que sufran de afonías y disfonías, deben de acercarse por la playa de Rodiles, donde innumerables eucaliptos ofrecen sus preciados frutos, perfectos para hacer fervidillos.
La zona central de la Costa Verde
Gijón y Avilés, bien merecen un artículo para ellas solas. Sin duda se hará. Paciencia.
Cercanas a ambas ciudades, se encuentran las localidades de Candás, Luanco y Salinas. Cita de veraneo de miles de asturianos, estas tres poblaciones reciben al forastero con ofertas gastronómicas excepcionales, procesiones marineras de Semana Santa, coquetas y bravas playas, señoriales mansiones y formidables embarcaciones.
De visita obligada es el Cabo de Peñas, uno de los puntos más septentrionales de España, con su faro guía de los buques y sus vientos huracanados. Aquí las olas rompen con furia y el ser humano nota la fuerza del mar. Poseidón está siempre furioso.
En la desembocadura del río Nalón –principal arteria de agua dulce de Asturias-, San Esteban de Pravia, La Arena, Muros y Soto del Barco, rivalizan entre si. El tradicional San Esteban, antiguo gran puerto carbonífero, con sus grandes grúas testigos de la vieja actividad, y la joven La Arena, se miran a los ojos a ambos lados de la ría, cuna de unos de los manjares más ricos, perseguidos y caros, las angulas. Desde la playa de Aguilar, los aficionados podrán ver despegar y aterrizar a los pájaros de acero, que tienen como origen y destino al aeropuerto de Asturias, que también se encuentra en la costa.
El occidente se inicia en Cudillero, pasa por Luarca, Navia, Tapia y termina en Castropol.
Si se oye hablar de los pixuetos, es que se llega a Cudillero. De gente de mar, este pintoresco y escarpado pueblo es la mejor medicina contra la obesidad. Pero que no se entienda mal. Es su orografía la que hace que se adelgace, debido a sus imposibles pendientes y a sus escarpadas calles, ideales para fortalecer las piernas y el corazón, además de para quemar grasas superfluas. Sus edificios se arremolinan juntos, queriendo acariciar la mar que les ha visto crecer. Cuenta la leyenda que los pixuetos son altos y rubios, con ojos azules, debido a la herencia genética de los vikingos que arribaron a estas tierras.
Otra leyenda es la que envuelve a la Concha de Artedo, ensenada natural situada a pocos kilómetros al oeste. De base de submarinos alemanes durante la segunda guerra mundial, a plataforma de lanzamiento de ovnis en las oscuras noches de invierno, lo que deja sin aliento, es su belleza natural, en igual pelea con el Cabo Vidio, punta de lanza que se adentra en el Cantábrico, paraíso de contrabandistas y perceberos.
La Villa Blanca de la Costa Verde, con su río Negro atravesándola, cuna de un Premio Nobel –Severo Ochoa-, de una empresa de transportes –ALSA, es el acrónimo de Autocares de Luarca Sociedad Anónima-, sede de museos marinos, yace entre dos colinas bajo la atenta mirada de una ermita y de un cementerio marinero. Esta villa es Luarca. Sus aguas, hogar de calamares gigantes, de monstruos abisales, dibujan un contraste con las fachadas albas de sus casas, con el verde de sus prados, formando un conjunto cromático imposible para el más experto de los pintores.
Antes de llegar a Navia, un poquito a la derecha de la carretera, Puerto de Vega, se asoma al mar coqueto y orgulloso. Se entiende que Jovellanos escogiera este lugar para morir, si bien, es mejor para vivir. Vivir para llegar a la Navia señorial, junto a la ría que forma el río del mismo nombre, donde los reyes y millonarios construyen sus yates y donde el viajero se siente lugareño y no forastero, donde se puede uno quedar a vivir.
La ruta se va acabando. Va llegando a su fin. Tapia de Casariego, apreciada ya por los celtas y pueblos anteriores, con sus castros defensivos, su cuarcita paleolítica, atravesó el mundo trayendo el maíz a Asturias y ofreciendo cobijo a todo aquel que se adentra en sus entrañas, sintiendo ya a lo lejos la majestuosa torre de Castropol, bañada por el río Eo, en un promontorio en el que se escuchan como sinfonías marinas, los cantos de las gaviotas.
Las gentes, el paisaje, la naturaleza, la gastronomía, el agua, el mar Cantábrico, son razones más que suficientes para visitar la Asturias costera, la Costa Verde en Semana Santa, en verano, en invierno, en otoño, en primavera, en cualquier parte del año. Como reza su sagrado himno, “Quien estuviera en Asturias en todas las ocasiones”.
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