Se van a cumplir 32 años de la entrada por la fuerza, del teniente coronel Antonio Tejero Molina, al pleno del Congreso de los Diputados de España.
Los últimos reductos del tardo-franquismo, aplaudieron la operación como si se tratara de un nuevo 18 de julio. Pelotones, cuadrillas y grupúsculos, salieron a las calles, al grito de ¡Arriba España!, y cantando el Cara al Sol, blandiendo pistolas, bates de béisbol, navajas y cadenas, con ánimos revanchistas e intenciones lapidarias. Los ciudadanos, asistían con miedo, a esta obra de teatro protagonizada por casposos y rancios militares, sedientos de poder y ciegos de nostalgia.
Tejero, Armada, Milans, Pardo Zancada, Torres Rojas, son algunos de los traidores, que amparándose en oscuros movimientos reformadores y de orden, tuvieron en vilo a esta España invertebrada. Fueron esos actores de sainete, que con su ridícula escenografía, quisieron que los españoles vivieran, otra vez, en blanco y negro.
Pocos medios de comunicación dieron la cara ese día. Quizás por no poder hacer nada, quizás por simpatía con los traidores. Lo cierto, es que España vibró por aquel entonces, con las ondas de la SER, a través de Rafael Luis Díaz, José Joaquín Iriarte, Mariano Revilla y Ángeles Afuera, y con la tinta de El País. Televisión Española, presa de los golpistas, se encontraba atada de pies y manos, y, gracias a sus profesionales, se pudo ver a las pocas horas, a los autores de tamaña perfidia. Es de destacar también, la labor de los reporteros gráficos, como Manuel Hernández de León, de la agencia EFE, que plasmó el gesto de Tejero mirándole a los ojos, y que pudieron burlar a los guardias civiles, con un mágico cambiazo de carretes vírgenes por usados.
Adolfo Suárez, Santiago Carrillo y sobre todo Gutiérrez Mellado, quedarán en la retina de la historia, como aquellos que no se quisieron doblegar a la bota de la intolerancia, a la bota de la intransigencia y a la bota de la violencia.
La ráfaga de disparos al aire, el ruido retransmitido por la radio de los mismos, el lenguaje tabernario y los gestos obscenos de ira de aquellos que querían dar marcha atrás, permanecen inalterables en la memoria de los españoles, a fin de que un espectáculo tan bochornoso no se vuelva a repetir.
Fue en Valencia, donde el militar Milans, sembró el terror, sacando los carros de combate a las calles, en una demostración de fuerza bruta no conocida en tiempo.
En otras partes de España, miles de jóvenes obligadamente uniformados, se encontraban en sus cuarteles preparados para lo peor. Los mandos, algunos acobardados, otros eufóricos, la mayoría prudentes, aguardaban acontecimientos. ¿Qué hará el rey Juan Carlos? ¿Se irá de España? ¿Triunfará el golpe?
El joven monarca, con la ayuda inestimable del general Sabino Fernández Campo, asturiano de Latores, supo, o le obligaron a contener la asonada, y horas más tarde de las ya célebres 18:20, entrado el 24 de febrero, tranquilizó a la población, con una intervención televisiva, que pasará a los anales de la historia. Quizás una aparición más rápida, hubiera sido más oportuna, y no daría lugar a sospechas, como la vertida últimamente por representantes diplomáticos alemanes. Los más viejos del lugar, aquellos que habían vivido la guerra civil del 36, respiraron, al ver que no se iba a repetir la confrontación fraticida. En los cuarteles, se rebaja la tensión. Solo hacía falta tiempo. Solo hacía falta esperar.
El Elefante Blanco, nunca llegó al edificio de la Carrera de San Jerónimo, y los hombres armados de dentro, fueron cayendo poco a poco en su moral y dignidad, y, goteando como pus en una herida, fueron saliendo cobardemente por las ventanas de Las Cortes.
En el año de Reagan, la muerte de Bob Marley, el atentado de Juan Pablo II, el dominio en el tenis de Björn Borg, el año en que la Real Sociedad de San Sebastian se proclamó campeón de liga, en el que Mubarak –quien lo ha visto y quien lo ve- subió al poder en Egipto, secuestraron a Quini, se aprobó la ley del divorcio en España, nació la MTV y Jaruzelsky dio un golpe de estado en Polonia, las Instituciones españolas, salieron reforzadas, luego de haber podido aprobar con sobresaliente, el examen macabro que un puñado de bandidos les hizo pasar en clases vespertinas y nocturnas.
23 de febrero de 1.981, una fecha que siempre hay que tener presente. Una fecha para no olvidar.
¿Quién dijo aquello de “el pueblo que olvida su historia, está condenado a repetirla”?
Muy bien Roberto, siempre es bueno recordar. Un abrazo, JBR
ResponderEliminarDimelo a mi, que estaba en la "mili". En mi cuartel todo eran loas a los golpistas por parte de oficiles y suboficiales (ahora diran que todos eran democratas) y mucho miedo al futuro por parte de los soldados.
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