Esa pregunta me la hago yo todos los años después de la
celebración de la Gala de los Premios Goya, al leer y escuchar los comentarios
que provienen de la caverna mediática
más ultramontana.
Gente como Isabel Durán, Carlos Cuesta, Antonio Jiménez,
Federico Quevedo, la Barbie-abogada Montse
Suárez y una larga lista de tertulianos y opinadores
llenos de caspa, se lanzan cual lobos a la yugular del colectivo del cine,
con una sed de sangre digna de la saga Crepúsculo, amparados en las tribunas
que les dan los medios de la TDT Party
(13TV e Intereconomía), las ondas nostálgicas (COPE, EsRadio), los panfletos
digitales (Libertad Digital, Periodista Digital) y los rancios diarios (ABC, La
Razón).
Confieso que este año me sentí decepcionado con la actitud
reivindicativa de la gala. Me pareció suave y laxa y escasamente agresiva para
con el poder. Poco se habló de la corrupción, de los recortes, del nepotismo.
Los cavernarios
comunicadores regocijándose en una bilis nauseabunda, atacan todo aquello
que toca a su querido partido conservador.
Se olvidan que una de las facetas más destacadas del artista es la de ser crítico
con el poder. Se les llena la boca de definiciones sacadas del manual de insultos losantiano
(perroflautas, titiriteros, etc), y terminan con el único argumento de unos
neo-liberales acostumbrados a chupar de la teta del Estado, la subvención,
olvidando que el cine es una industria como otra cualquiera, aunque con una
mayor presencia pública.
¿Acaso las reflexiones de Candela Peña, Maribel Verdú, José
Corbacho, Eva Hache y Bardem, por decir algunos, son falsas? ¿Acaso no hay
recortes que están afectando a la educación y a la sanidad? ¿Acaso no hay una
subida desmesurada en el IVA de las entradas?
Estos tertulianos que viven en sus mundos paralelos ajenos a
la realidad social, escudándose en vacuas frases y vacíos lenguajes, tachan de
groseros, zafios y maleducados a los que no piensan como ellos, riéndose de sus
ocurrencias sin gracia, como las vertidas por el actor acartonado Arturo Fernández,
o por el periodista García Serrano cuando llamó “guarra” a una consejera de la
Generalitat de Cataluña, que se han quedado anclados en el cine plano, lleno de
tópicos de españolismo rancio, pleno de referencias religiosas y amigable con
el poder establecido del tardo-franquismo, cuyos referentes eran Pedro Olea y
Pedro Lazaga, -falsos enfants terribles
de la cinematografía patria-, con sus películas-denuncia en las que siempre se
escapaba alguna tetita de la maciza
de turno, y que tienen como película de cabecera, como maravilla de séptimo
arte, a esa obra dirigida por José Luis Sáenz de Heredia, a partir de un guión
de Jaime de Andrade, titulada Raza -¿Saben
quién se ocultaba tras ese pseudónimo?-, son los que se atreven a criticar de
forma descarnada a los actores, directores y productores de un cine, el actual,
que si bien no es perfecto, se encuentra a años luz –en calidad y técnica- al
añorado por sus cortas entendederas.
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