Me llama poderosamente la atención, la reacción que han
tenido esos palmeros mouriñistas, como Juanma Rodríguez,
Eduardo Inda, Roncero, Alfredo Duro y otros de tan selecto club, con las declaraciones de Pep Guardiola, en las que
felicitaba al Real Madrid por la consecución de su trigésimo segundo campeonato
de liga, hablando a su vez, “que habían pasado cosas extrañas”, las cuales se
negaba a desvelar.
Desde el momento en que el oriundo de Sampedor anunció que
dejaba la dirección técnica del Fútbol Club Barcelona, esos mismos palmeros se lanzaron a la yugular del
entrenador catalán. “Que si es un cobarde”, “Que si teme a Mourinho”, “Que el
portugués había derrotado al Pep”, “Claro, ahora que pierde abandona al club
azulgrana”, son algunos de los comentarios que se han oído y leído en la gran
mayoría de los medios hablados y escritos de España. Sobre todo los editados en
Madrid. Típico de acomplejados. Sí, acomplejados por no saber escribir y hablar
nada más que de cotilleos. Acomplejados, por creerse superiores al resto de la
humanidad que no tiene acceso a las linotipias o a los micrófonos. Acomplejados,
por pontificar de un deporte, del cual no tienen ni puñetera idea.
Nadie duda que el Real Madrid sea un gran club. Ahora está
dirigido por un portugués agrio y –según mi punto de vista- bastante
maleducado. El mundo del fútbol concluye que es un gran técnico. Yo no lo pongo
en duda, pero, ¿qué le pasa a ese hombre siempre malencarado y agresivo en su
lenguaje corporal? ¿No tiene bastante con sus cuantiosos ingresos, su poder
total en el club y su catálogo de triunfos? El personaje, con ese aire de
superioridad –quizás por complejo de inferioridad- en todas las ruedas de
prensa y entrevistas, es antipático a todo aquel que no sea férreo seguidor sin crítica ninguna, del
club de Concha Espina.
Pero volvamos al Pep. Elegante –aunque visceral- jugador en
su tiempo, y elegante entrenador ahora, puede que marque una época en el fútbol,
tal y como hizo Sacchi con el Milán glorioso o como el inventor de la WM. Para aquellos
que no somos culés, ver un partido
del Barça de Guardiola es un autentico placer. Los desmarques en diagonal de
afuera hacia adentro, la presión agobiante al perder el balón, las
triangulaciones en cualquier parte del campo, el control del juego sin
desesperación y el mantenimiento del estilo combinativo, dan la sensación de
estar viendo danza en el césped, en vez de en el teatro. El Camp Nou, se convierte
en el Gran Teatre del Liceu.
Al igual que en la película Shadowlands (Tierra de sombras), C.S. Lewis –encarnado por Anthony
Hopkins-, al morir su amada, la poetisa Joy Gresham –interpretada por Debra
Winger-, le dice en su lecho de muerte, “el sufrimiento de ahora, es el precio
por la felicidad de antes. Ese es el trato de la vida”, la salida de Guardiola
del Barça de hoy, es el precio por haber dejado en la retina del aficionado,
los mejores momentos de fútbol, quizás desde el mítico Brasil del mundial de México
70.
A los palmeros, se les acaba el objetivo. El mea colonia –término acuñado por el ínclito
Eduardo Inda-, ya no estará sentado en el banquillo del demonio blaugrana. ¿Será Tito Vilanova objeto de los ataques de esa
caterva de plumillas? ¿Con quién compararán ahora a su dios Mourinho?
El fútbol español –notemos que hay fútbol más allá del Real
Madrid y del FC Barcelona- lamenta la marcha de Pep Guardiola de los banquillos.
Solo se alegran aquellos a los que les vale ganar a cualquier precio, y si es
menospreciando mejor.
De un sportinguista: ¡Gracies
Pep!
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