Se nos fue Manolo. Algunos lo llamaban Isidrín, por el parecido con el artilugio ese de escanciar sidra a
la moderna. Se nos fue un paisano de los pies a la cabeza, de esos que no
quedan en el mundo del fútbol, y tal vez en la sociedad en general.
Hombre modesto y trabajador, pero orgulloso y campechano,
dejó huella en todos aquellos clubes donde trabajó. En su Racing del alma -del
que fue jugador-, en el Levante –al que ascendió a Primera División- y sobre
todo en el Sporting de Gijón, equipo al que devolvió la ilusión y al que hizo
codearse –con muy pocos mimbres- con los más grandes del fútbol español, en una
época en donde el fútbol es más mediático que la prima de riesgo y cualquier
crisis política o financiera.
Preciado no se casaba con nadie. Miento, se casaba con todo
el mundo, porque todo el mundo lo quería, porque él se hacía querer. Sus
chascarrillos en las ruedas de prensa posteriores a los partidos, deben de ser recogidos
por algún plumilla en negro sobre
blanco. Sería un éxito de ventas.
En la injusticia que envuelve el mundo del fútbol en España,
el de Astillero, saltó a la fama por la controversia verbal con ese dios del fútbol
mediático y grosero llamado Mourinho. Tremendo lo que ocurrió en aquel momento.
Fue la diana preferida de todos los talibanes y palmeros que dicen proteger –no
se dan cuenta que perjudican- al Real Madrid. Pero eso es agua pasada. No
merece la pena recordarlo y reconozco mi error por haberlo escrito.
A Manolo Preciado hay que recordarle alegre, campechano y
risueño, así como nervioso en la banda, con sus chaquetas –las cuales seamos
honestos no le quedaban muy bien-, sus bufandas y sus pantalones vaqueros. Hay
que recordarle por su claridad y sinceridad en las entrevistas –por ejemplo con
José Ramón de la Morena en la SER- periodísticas. Pero sobre todo hay que
recordarle por ser como era, un hombre normal que hacía su trabajo lo mejor que
podía y sabía, y que sufrió duros reveses en su trayecto vital.
54 años llenos de alegrías y de penas. 54 años llenos de
vida y muerte. Esa cifra se cierra hoy y no sumará más dígitos.
Manolo siempre estará presente en la memoria de los
aficionados del Sporting de Gijón y de todo el fútbol español de bien, con lo
cual no habrá muerto, habrá pasado a otro estadío, a otra dimensión. Dicen que
realmente te mueres cuando nadie te recuerde, cuando seas olvidado. Preciado no
ha muerto entonces. Preciado sigue vivo, ya que está y estará muy presente en
la memoria y el recuerdo de muchísima gente.
¡Gracias Manolo por todo lo que nos diste! Descansa en paz
allá donde te encuentres y en compañía de los tuyos y de otros grandes del fútbol,
devuelve la ilusión y la garra al equipo que vas a entrenar eternamente.
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