Voy a transcribir literalmente la serie de artículos escrita por
José María Izquierdo, veterano periodista de
El País, sobre el Caso Gürtel. El interés de este foco de corrupción, hace que lo incluya en mi blog, por si alguno de los lectores no hubiera tenido acceso al mismo. Son once capítulos, fruto de un exhaustivo trabajo de investigación que merece la pena leer.
Saquen sus propias conclusiones.
Se cumplen ahora cinco
años de aquella
mañana del 6 de febrero de 2009, en la que decenas de policías se
desplegaron por la exclusiva urbanización gaditana de Sotogrande, por algunas
calles del elegante barrio de Salamanca madrileño y por diversas poblaciones de
los alrededores de la capital. El juez Baltasar Garzón había firmado las
correspondientes órdenes de registro y detención y en la redada cayeron, entre
otros, Francisco
Correa y Pablo Crespo,
los grandes jefes de una trama de corrupción que implicaba de arriba abajo al
Partido Popular. Comenzaba a circular el caso Gürtel. Dicen quienes saben
alemán que correa se traduce Leine; Gürtel sería cinturón. Solo
matices. Cinco años más tarde, casi 200 imputados esperan juicio en la
Audiencia Nacional y en el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad
Valenciana. La causa, gigantesca: más de 2.000 tomos.
Cuenta un juez de los
que han intervenido en la instrucción del caso que lo que en una primera
aproximación aparentaba ser cosa de cuatro amiguetes se ha convertido
finalmente en la acusación más directa contra la transparencia en la
financiación de un determinado partido político. Un segundo juez da un paso más
allá, y reconoce que todas las piezas del rompecabezas encajaron en su sitio
cuando vio que se enfrentaba, nítidamente, a los modos y maneras de unos
individuos organizados para delinquir. Ante una banda de delincuentes.
No hay entre el caso
Gürtel y el caso Bárcenas una
separación nítida, porque la suciedad nunca tiene límites perfectamente
definidos. El llamado caso Bárcenas es —por ahora— tan solo una pieza
separada del caso Gürtel. El tesorero, aquel que señaló el pícaro Correa,
está en la cárcel porque es uno de los principales imputados en Gürtel. Pero
les decíamos que su propio caso ha alcanzado tal volumen de dinero y notoriedad
pública que se merece otra serie. La tendrá. Porque ya el desarrollo de la
Gürtel, sin el gran tesorero, tiene lo suyo.
Porque quisieron
hacernos creer desde el Partido Popular que el caso Gürtel apenas si
era la peripecia —mínima, por otra parte— de cuatro pícaros que se habían
aprovechado de la buena fe y aún mejor nombre del partido. Llegó a decirlo, con
una pomposidad digna de mejor causa, el propio Mariano Rajoy, en una
comparecencia inolvidable en el discurrir de esta historia. Era
el 11 de febrero de 2009 cuando el líder del PP aparecía ante la opinión
pública rodeado de la plana mayor de su partido, incluidos los líderes
regionales, en un acto colectivo de todos a una con el líder natural, más propio
de una dictadura bananera que de una democracia consolidada. Pero daba perfecta
cuenta de su enorme preocupación.
“Esto no es una trama
del PP, es una trama contra el PP”, clamó en una intervención que convendría
leer con calma cinco años después para compararla con los hechos —hechos,
repetimos— que la justicia ha ido probando uno a uno. Y en esa presunta trama
el PP incluyó a jueces, fiscales y policías, todos ellos acusados de servil
sometimiento a la vesania de los malvados Rubalcaba y Zapatero. ¡Cuánta mentira
aquel día! Un repaso por aquella foto no deja de tener su interés. Flanquean al
líder Dolores de Cospedal y Ana Mato; detrás, Francisco Camps; a dos metros,
Javier Arenas y Esperanza Aguirre; a tres, Rita Barberá, y a cuatro, Federico
Trillo, a quien encargó en ese mismo acto, como todo el mundo pudo entender,
que dirigiera la batalla contra ese juez osado que se había atrevido a mover
las placenteras aguas de la copiosa financiación del partido: Baltasar Garzón
era el objetivo, como el propio Rajoy dejó dicho con nombre y apellido. Todos
estos circunspectos escoltas irán saliendo, de una forma u otra, en esta
historia de corrupción y miserias. Porque a pesar de las palabras de Rajoy, el caso
Gürtel sí es una trama del PP. Y lo es del partido a todos sus niveles:
nacional —con la sede de Génova en el centro de la tempestad—, autonómico
—Madrid y Valencia, aunque no solo— y, por supuesto, municipal: Arganda,
Majadahonda, Pozuelo, Boadilla…
Y es que Gürtel —su
equipo, su alineación— es inseparable del PP. Se adhiere a él como una segunda
piel. No habría uno sin el otro. Siameses: trama Correa-cargos del PP. Y por
eso, porque sí es una historia del PP, hay más de 70 excargos del partido imputados
en las distintas causas, y por eso la Unidad Central de Delincuencia Económica
y Fiscal (UDEF), de su propio Ministerio del Interior, en su informe definitivo
del 30 de diciembre de 2013, señala hasta cinco veces que el Partido Popular se
ha servido durante años y años de la trama Gürtel para financiar, entre otras
cosas, sus actos electorales. Allí están las facturas y allí están los
proveedores. ¿Todo era una maniobra contra el inocente PP?
Es cierto que este
drama tiene un punto de fuga algo ridículo. Veremos aparecer a un atildado
conseguidor con aires de gánster de la Ley Seca al que le gusta que le llamen don
Vito, como a Marlon Brando en El Padrino. Está también El Bigotes,
personaje más bien bufo que parece escapado de una película de Pajares y
Esteso. Y precisamente de ahí, de Pajares, proviene. Hay, además, alguna mamachicho.
Y están el Albondiguilla, el Gafitas, el Rata, la Perla, la Barbie y hasta un
tal Luis, que parece ser que era un cabrón. Habrá, también, viajes de fantasía
y relojes de lujo. Muchos, muchísimos relojes de lujo. Sin olvidarnos de que
Correa y su socio, El Bigotes, se gastaron 481.000 euros en un espectáculo con
—atentos— Marlene Morreau, Malena Gracia y Rosanna Walls. La obra, que se
estrenó en Barcelona en 2005, duró exactamente tres días. Se titulaba, hay que
verlo, Las corsarias.
Pero no nos dejemos
engañar, porque también hay personajes de alto copete. Por ejemplo, el
todopoderoso tesorero del partido, despacho a diez metros del de Rajoy,
presidentes de comunidades autónomas, consejeros autonómicos, alcaldes, mandos
del partido y dirigentes de todas las autonomías en las que gobernaba el PP,
con lugar destacado para el que fuera secretario de organización del propio
partido en Galicia. La nómina se engorda con flamantes empresarios, algún
vicepresidente de petrolera, expertos en finanzas internacionales y abundantes
amigos y familiares de aquel presidente que gobernó España de 1996 a 2004 que
se llamaba José María Aznar. Hay, también, amplitud geográfica: Suiza, Miami,
Nueva York, Panamá o Venezuela. Pero también mencionaremos las islas Vírgenes,
Singapur o la Polinesia. Ya puestos, hasta aparecerá en esta historia un papa,
Benedicto XVI, lluvia divina rápidamente transformada en euros para
las arcas de aquella trama. Así que cuidado con que la anécdota nos tape lo
fundamental: estamos ante un asunto gigantesco, un robo a mano armada de bienes
públicos de una banda formada por puros atracadores con la connivencia de
estirados neoliberales que echan pestes de lo público, pero que tanto gustan de
echarse sus dineros a la faltriquera, que tanta falta les hacen para engordar
cuentas en Suiza, lucir coches de lujo o llegarse en viajes de novios a islas
exóticas y hoteles paradisiacos.
La solemne aparición
de Rajoy aquel día en la sede del PP pretendía conjurar el peligro que todo el
PP vio llegar, con la firma torrencial de Garzón. El juez, la Fiscalía
Anticorrupción y la UDEF llevaban trabajando un par de años y empalmaba, ya lo
veremos, con otro caso anterior, el de las cuentas
del BBVA-Privanza. Los mortales habíamos descubierto unos días antes
que había un señor que se llamaba Francisco Correa y que parecía ser el jefe de
una cuadrilla de delincuententes, tal como los pinta Hollywood; su segundo se
llamaba Pablo Crespo y aparentaba un mayor empaque en la figura. Pronto se vio
que tanto uno como otro no es que estuvieran relacionados con el PP, no, es que
estaban encarnados en él.
Según la contabilidad
oficial del partido, la trama comenzó a contratar con ellos en 1993. La primera
factura registrada en sus libros oficiales, por un valor de 25.191 pesetas,
apenas 150 euros, aparece junto a las iniciales FCS, Francisco Correa Sánchez.
Desde entonces, y a través de decenas de empresas —Special Events, Easy
Concept, Good and Better, etcétera—, llegó a facturar al partido más de 50
millones. Un largo pero jugoso camino. Empezó Correa organizando viajes y acabó
haciéndose cargo de miles de actos electorales de las 14 elecciones —generales,
autonómicas, locales— que se celebraron en aquellos 11 años, desde 1993 hasta
2004. Y siguió después en otras comunidades, con Madrid y Valencia en posición
muy destacada. Entre medias, a finales de los noventa habían abierto otra vía
de expolio. Los billetes de avión, los vinilos y las sillas eran poco botín
para un grupo tan ambicioso. Pensaron que el dinero de verdad estaba en el boom
inmobiliario que se veía venir. Los Ayuntamientos, se dijeron. Ahí está la
pasta. Donde ya campaban por sus respetos los compadres de las nuevas
generaciones del partido que Correa frecuentó durante aquellos años con su
amigo Alejandro
Agag: Ginés López, Guillermo Ortega, González Panero… Pero no
adelantemos acontecimientos.
Logró el dicharachero
agente de viajes codearse con todos los cargos más relevantes de la dirección
del partido durante toda la década de los noventa. Se acercaba con frecuencia
al mismísimo José María Aznar. Charlaba y negociaba con el todopoderoso gerente,
Luis Bárcenas, tantos años en la sombra y quizá otros tantos a la sombra. De su
mano hacía mangas y capirotes. O con los secretarios generales de la época,
Francisco Álvarez-Cascos y Javier Arenas. Chalaneaba con todos los cargos y
dedicaba notables —y caros— cuidados hacia quienes tenían mano en las campañas
electorales, como Jesús Sepúlveda, el marido de Ana Mato, o el secretario del
gran jefe, Antonio Cámara. También tuvo tiempo para confraternizar, y mucho,
con Alejandro Agag, que pronto sería el yerno de Aznar y Botella, tras ejercer
de testigo en aquella desaforada ceremonia de El Escorial el 5 de noviembre de
2002, cuando el adusto y austero presidente del Gobierno perdió las vergüenzas
y se transmutó en rumboso y pródigo dirigente. Volveremos a la Basílica en otra
pieza. Se lo merece.
Decimos que la
Fiscalía Anticorrupción y la policía llevaban dos años trabajando en investigar
esta trama. Pero antes, al hilo de la investigación del Juzgado número 5 de la
Audiencia Nacional en torno a las cuentas secretas del BBVA-Privanza, se
registraron varios despachos de abogados expertos en blanqueo de dinero y en
desviar cuentas a paraísos fiscales. En el de Luis de Miguel se encontraron
pistas sobre unas cuentas a nombre de un tal Francisco Correa. Se abrió pieza
separada. En paralelo, la Fiscalía y la policía llevaban trabajando dos años en
un caso en el que aparecía el mismo nombre. El 7 de noviembre de 2007, un
exconcejal del PP de
Majadahonda, José Luis Peñas, acompañado del abogado Ángel Galindo,
presentó una explosiva denuncia ante la UDEF. No era cualquier cosa. Se trataba
de una denuncia muy detallada, con abundantes anexos documentales y societarios
sobre el modo de proceder de Correa y sus gentes, de manera muy especial en los
Ayuntamientos de Madrid dominados por el PP: Arganda, Boadilla, Majadahonda,
Pozuelo… Y entregan algo más: un CD con 18 horas de grabaciones… y su
transcripción. En marzo de 2008, Peñas y Galindo ratifican la denuncia ante la
Fiscalía Anticorrupción.
Aquello tenía
dinamita. Los datos eran abrumadores, y las voces, demoledoras. Peñas había
estado grabando dos años las conversaciones de Correa. Terribles en fondo y
forma. Por lo que se contaba en ellas y por cómo se contaba. La extorsión, el
chantaje, la compra de políticos y funcionarios por parte de un chulo de barrio
que presumía de su poder y su capacidad de comprar voluntades. Todo estaba ahí.
Y apuntaba al centro del Partido Popular y sus aledaños. Sin estos papeles que
aportaron Peñas y Galindo quizá hoy no tendríamos caso Gürtel. Para
completar la acción, lo que faltaba pronto se encontró. En el registro de la
oficina principal de la trama, en la madrileña calle de Velázquez, número 40,
aparecieron los apuntes contables con sus correspondientes nombres, desde
consejeros y diputados de la Comunidad de Madrid hasta aquellas ya famosas
referencias a L. B. o L. Bárcenas, junto a centenares de pruebas de similar
importancia. José Luis
Izquierdo, el contable o administrador, los tenía grabados en un pen
drive. Relojes de miles de euros, coches todoterreno, viajes de novios, trajes
de marca, dinero en efectivo… Todos los cohechos estaban documentados y
debidamente anotados en la casilla correspondiente. Compraban, vendían,
especulaban, engañaban, robaban. En unos casos era un centro de deporte de alto
nivel que nunca se construyó, como en Boadilla del Monte. En otros, como
Majadahonda, oficinas de información al ciudadano superfluas y costosísimas. Y
en todos, el amaño de contratos en favor de quienes tan generosos eran para
pagar sus caprichos. Era, entre otras cosas, la demostración de la especulación
inmobiliaria que alimentó la corrupción más descarnada. Es la terrible complicidad
y conchabamiento de constructoras y política. A todos los niveles.
En 2004, decíamos
antes, la mala fama de los chicos de Correa y sus chanchullos en los
Ayuntamientos ya ha trascendido a Génova. Quizá por inconsciencia o quizá por
excesiva avaricia, habían tocado puntos neurálgicos que deberían haber dejado
quietos. Como Majadahonda, donde reinaba el todopoderoso Ricardo Romero de
Tejada, exalcalde y secretario regional del partido. Tampoco Luis Bárcenas
necesitaba de sus servicios, que por entonces volaba hacia destinos más
sustanciosos y de nivel muy superior. Ya habían hecho también sus negocios con
AENA cuando Álvarez-Cascos era ministro de Fomento. Así que la trama se centra
con fuerza en la Comunidad de Madrid y en Valencia. En el reino de Esperanza
Aguirre se cuenta con la inestimable colaboración de Alberto López Viejo,
consejero y ayudante de campo de la presidenta, por mucho que —ahora, en
diciembre— insistiera la lideresa ante el juez que no era su
hombre de confianza. El Bigotes despliega toda su batería de
encantos en la Comunidad Valenciana y organiza todo un espectáculo de brillante
colorido: chalé en La Nucía (Alicante) y piso de lujo en la capital, motos
espectaculares, chaquetas y chaquetillas a medida, manos largas para el regalo
y frases dulzonas para la adulación a cursis redomados y señoras educadísimas.
Se trafica con marquesinas y carpas, pero también con el pabellón de Fitur o la
visita del Papa en 2006, y para ello se cuenta con la inestimable colaboración
de la dirección
de Canal 9, hoy cerrada, víctima de sus muchas miserias. Pero Orange
Market se dedica, sobre todo, a hacer lo que en Madrid habían hecho durante
años. Obras verdaderas y falsas, y facturas verdaderas y falsas. Más lo segundo
que lo primero. Financiación ilegal del PP, dicen las causas que hay abiertas
en Valencia.
Garzón había desatado
la galerna con aquellas órdenes de detención, y el PP —pillado in fraganti— no
podía consentir que todos los ciudadanos viéramos sus muchas vergüenzas.
Desatados sus dirigentes y alertados los estrategas, comenzaron entonces todas
las batallas para evitar los daños. Desde las mentiras repetidas una y otra vez
hasta las presiones indisimuladas a algunos jueces, como a un debilitado por
una dura enfermedad Antonio Pedreira, maniobra orquestada por el siempre
dispuesto Federico Trillo, incluidas las coacciones y amenazas a testigos
comprometidos. ¿Se acuerdan de las visitas del exministro a la sastrería de
José Tomás, que aguantó a pie firme una canallesca persecución del PP y su
prensa adicta? Aquello no debía prosperar, y hay que reconocer que el actual embajador
en Londres obtuvo algún triunfo relevante. Hoy, cinco años después de aquel
auto de detención, la justicia solo ha redactado una condena: la de Baltasar
Garzón. Esa vergonzante expulsión, más la dilación del caso, tan
favorable a la causa, han sido algunos de sus triunfos. Pero a pesar de que en
la tramitación judicial el PP intentó lo que no está escrito, impúdicos
tejemanejes incluidos, nunca lograron frenar del todo el paso implacable del
Estado de derecho.
Pero en el PP no
contaban con la independencia de algunos o algunas fiscales anticorrupción, en
la Audiencia Nacional y en Valencia, así como el arrojo de algunos jueces que
han seguido adelante con el caso en Madrid y en Valencia —Garzón, Pedreira,
Ruz, Flors, Ceres— a pesar de las dificultades y las zancadillas, con una
investigación tan compleja como esta. Se avanza renqueando y a rastras, pero se
avanza. Al esfuerzo y valor de quien acabamos de citar debemos agradecérselo.
El sistema democrático funciona gracias a ellos.
En los siguientes
capítulos iremos viendo —con detalle— cómo actuaban unos y otros. Una
vergüenza, un descaro, una impudicia. De los Correas y de los cargos del PP.
Porque Gürtel es un caso de ambos.
© José María Izquierdo
para El País